En la redacción en Budapest de Literatura Mondo se recibieron 29 respuestas acertadas al primer crucigrama en esperanto, una buena cifra dada la dificultad del krucenigmo y teniendo en cuenta que en 1925 no cabía el recurso a Google.
Un detalle cuyo valor simbólico no debe pasar desapercibido es la primera definición del crucigrama: «la novela más extensa en esperanto». Y es que la traducción que dio como resultado La Faraono fue sin lugar a dudas una obra faraónica.
Bołeslaw Prus, seudónimo del escritor y periodista polaco Aleksander Głowacki (1847-1912), fue uno de los grandes exponentes del positivismo comtiano en Polonia (junto con Henryk Sienkiewicz, premio Nobel de Literatura en 1905). Con sólo quince años, Prus abandonó la escuela para unirse a la rebelión de enero de 1863 contra el Imperio ruso y terminó herido y encarcelado. Entre la amplia obra de Prus destacan las novelas La muñeca (Lalka, 1890) y Faraón (Faraon, 1895).
Kazimierz Bein (1872-1959), que firmaba con el seudónimo Kabe, ya había traducido a autores polacos como Wacław Sieroszewski (1858-1945) y Eliza Orzeszkowa (1841-1910) cuando abordó la tarea de traducir Faraón. La editorial francesa Hachette, vinculada con el movimiento esperantista a través de la edición de La Revuo, publicó en 1907 los tres volúmenes de la versión en esperanto de la obra de Prus bajo el título La faraono. El mérito de una traducción realizada sólo veinte años después del nacimiento de la lengua internacional es incuestionable e influyó en gran medida en el estilo de posteriores traducciones y obras originales.
Con motivo del cincuentenario de la primera edición, la editorial Polonia publicó en 1957 una quinta edición de 7.000 ejemplares y Ferenc Szilágyi (que se había trasladado a Suecia), señaló en su reseña en Norda Prismo: «Al leer la actual quinta edición a uno le atrapa la claridad del lenguaje y la belleza completamente fresca.» (Norda Prismo, núm. 5 [1957], p. 287)
La edición de 1957 era básicamente idéntica a la segunda, publicada en 1912 con algunas correcciones sobre la original. Sin embargo, en 1912 Kabe ya había desaparecido del movimiento esperantista.
Kazimierz Bein nació en Polonia en 1872. Su participación en movimientos antirrusos le costó varios años de exilio y provocó un considerable retraso en sus estudios de medicina. Por fin, se licenció en medicina en Kazán en 1899 y se especializó en oftalmología, igual que Zamenhof. Entre 1903 y 1910, Bein fue un activo esperantista que participó en los cuatro primeros congresos universales (Boulogne-sur-Mer, Ginebra, Cambridge y Dresde) y fue elegido en 1906 vicepresidente de la Akademio de Esperanto. Plasmó su buen hacer lexicográfico en el primer diccionario monolingüe de esperanto, el Vortaro de Esperanto, y tradujo al esperanto a Orzeszkowska, Turguéniev o los hermanos Grimm, entre otros. En 1911, Kabe decidió abandonar sin más explicaciones un movimiento esperantista en el cual era uno de los principales estandartes.
Veinte años después, en una deliciosa entrevista publicada en Literatura Mondo («Kion diris sinjoro Kabe?», LM, núm. 7 [1931], pp. 144-145), Bein no desveló las causas de su «desaparición». No obstante, sí comentó que los esperantistas tenían «muchas carencias, la primera de todas que ¡no conocen su propia lengua!». Eso sí, Bein aseguró que no quería entorpecer la causa esperantista e instó al entrevistador: «Batalu per via afero!»
En su edición de 2005, el Plena Ilustrita Vortaro, fabuloso diccionario en cierto modo heredero del Vortaro de Esperanto de Kabe, incluye el verbo kabei, que define así: ‘Hacer lo mismo que Kabe, quien, siendo un fervoroso esperantista, de repente dejó por completo de escribir en esperanto.’
En una perspicaz colaboración en Libera Folio, José Antonio del Barrio, propone utilizar algún otro término para referirse a quien abandona el esperantismo, y reservar kabei para quien, por ejemplo, abandona el esperantismo «después de traducir una novela con tanta riqueza de lenguaje, y encima hacerlo en los primeros estadios del movimiento». En otras palabras, reservar el término kabei para la única persona que estuvo a semejante altura.
Igual que se usa el verbo esperantiĝi para referirse a quien entra a formar parte del esperantismo, tal vez podría usarse malesperantiĝi para quien lo abandona.
La Faraono puede leerse en línea aquí.